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Foto del escritorAdriana Somófora

Raquel, custodia de tradiciones raíz.

Las plantas, el tejido, la cocina y ser madre son deberes que se hacen con dos instrumentos: manos y amor.


En esta casa mágica con túneles secretos de la ciudad debajo de su jardín, donde Raquel ha parido, cocinado y tejido, ella le ha dado vida a las tradiciones más hermosas que son la raíz de los mexicanos.


Amando a mano ha sembrado el amor junto con el ombligo de su hijos en la macetaque florece desde que se convirtió en madre a los 18 años en la recámara que da al jardín, lo ha protegido con abrazos que dan las puntadas de las cobijas y suéteres que les ha tejido a sus nietos, bisnietos y tataranieta, y lo ha alimentado con el sazón de las gorditas a mano que prepara para la visita de los suyos.


Mujer y tradiciones que pude retratar con el Huawei p60 pro con mucha naturalidad ya que al no llevar una cámara grande Raquel estuvo en confianza.

La apertura mecánica del lente da una profundidad muy bonita para los retratos

Y editarlas en el celular fue muy cómodo por el tamaño y la definición de la pantalla

Para mi el Huawei p60 pro es una herramienta con la que puedo hacer trabajos fotográficos profesionales con excelente calidad.


Serie de fotografías en mi ig: @somofora



















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Foto del escritorAdriana Somófora

Actualizado: 31 oct


Estoy encabronada por no estar en la marcha. 

Encabronada por no poder ira gritar esto que me está ahogando 

Encabronada por no poder estar hoy con mis amigas.


Esas que nunca me han dañado, esas que aman bonito con respeto y sororidad, y no solo por ser mujeres, por ser personas, sin importar los dolores por los que hayan pasado, ellas están ahí de pie para mí, para nosotras. No importa la hora, no importa cómo se sientan, ellas están ahí, aquí, están para ayudarme a salvarle la vida a mi madre, están para abrazarme el corazón que me han estrellado y pegarlo en un abrazo tan fuerte que vuelve a ser de una sola pieza, aunque no tengan fuerza por sus propias batallas y demonios la sacan en ese instante para levantarme, para levantarnos más alto que nunca. 


Tengan miedo de la fuerza que se hace cuando las mujeres unen sus manos, tengan miedo de lo alto que llegará nuestra voz, no será de un momento para otro, pero en cada momento estaremos cambiando las reglas, hasta que la única regla que de sangre sea la que da vida desde nosotras. 


A mi no me han matado ni guardado bajo tierra, pero me han matado las ilusiones y me han puesto detrás de una puerta, debajo de la sábana de la cama que me cuesta salir cuando intentan quebrarme el alma, cuando pierdo la esperanza de vivir en un entorno donde dejemos de hacernos daño por las reglas de los que buscaban todo menos la felicidad de mujeres y hombres, se inventaron alguna vez. 


Ya no queremos resistir, ya no queremos ser fuertes, es tiempo de ser libres y felices. No queremos sobrevivir, queremos vivir y lo vamos a lograr. 


Gritando hoy en la calle, pero calladitas (como les gusta) el resto de los días, calladitas trabajando, concentradas en nuestra lucha consciente, calladitas escalando y liberándonos, y en ese silencio callaremos las bocas de los otros. 


Dejaremos de arrastrar culpas por ser mejores, por ser inteligentes, fuertes, hermosas, dejaremos de arrastrar la culpa por crecer y ya no caber en ese frasco delicado que nos quisieron meter. Somos demasiado grandes y poderosas para estar en esos frascos.  


Tampoco quiero cuidar el tamaño de mi falda cuando ellos no cuidan el tamaño de su boca, no quiero cuidar el tamaño de mis deseos cuando ellos no cuidan el volumen de su voz y de la heridas que causan, heridas que a los que siguen estas reglas también les duelen. 


Cuando las reglas caigan y sus corazones se sientan abrazados y puedan llorar como las locas lo hacemos, sabrán que tardaron mucho en aceptar que esas reglas nos dañaban a todos. Poniéndolos a ellos en la primera fila, recibiendo los primeros golpes con disfraces de privilegios que pesan más de lo que impulsan. Y cuando dejen caer el patriarcado, los hombres se darán cuenta del enorme y doloroso peso que traían sobre sus hombros. 


Las palabras me liberan, pero cuidaré mi encabronamiento para cuando esto se me pase quedar cabrona y aunque ya no sea el día de la marcha, sacar mi fuerza todos los días de mi vida para que no me vuelvan a guardar bajo la sábana. 


Adriana Somófora

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Foto del escritorAdriana Somófora

Actualizado: 31 oct

No sé si donde estás existen los olores, por eso hoy te quiero hablar de tu perfume.


El charquito de eau de parfum sigue dentro de su suave frasco, guardado en su casi intacta caja original. Aunque es como las mujeres de La Serna: bonito y elegante, no quiero sacarlo, porque es de un cristal casi tan frágil como tu mano en los últimos días que la sostuve. Lo tengo guardado como su nombre en francés lo dice, como un tesoro. Está en tu petaquita azul, esa, la de los papeles importantes, las joyas y el dinero. A la que me mandabas a sacar el dinero para pagar el gas, a la que mis tías me mandaron corriendo de emergencia para buscar tus papeles funerarios el día que me saltó de ahí la carta que nos escribiste para cuando ya no estuvieras con nosotros. La maletita que ahora es cofre del perfume y otros tesoros, y que tengo al lado de mi cama para tenerte cerca, como en la casona de dos patios con tu recámara al lado de la mía.


Lo tengo ahí desde hace 9 años, pero me hubiera gustado no tenerlo nunca.

Ay, Dolores, ¿por qué te fuiste si todavía quedaba un poco de perfume?


Eras muy cuidadosa, pero la tapa de ese frasco la perdiste.

Creo que tú sabes dónde está; estoy casi segura de que te la llevaste al cielo en el cierre de tu bolsa, ese donde guardabas el paquetito de pañuelos y el paquetito de dulces para compartir con nosotros y desconocidos. Mi Dolores, siempre dando todo a los demás. Cercanos y lejanos, como Marijo, la amiguita de siete años que conociste en la iglesia y que conquistaste con un dulce cada domingo, y que después incluso te invitó a su primera comunión.


Yo te acompañaba esos domingos a esa misa, y ahora tú me acompañas.

En los días más importantes de mi vida, abro la petaquita para sentir que estás conmigo. Saco el perfume que usabas en el cuello y pongo unas gotitas en mi pecho y en mi mano, para sentir que tu aroma me abraza y me lleva de la mano a ese día especial.


Quisiera seguir guardando tu aroma y dejarlo ahí para que mi hija Dolores pueda sentir las notas de tu aroma y de tu voz. Pero no sé si esa Dolores a la que te prometí llamar así exista algún día. También quiero sentir que me acompañas en todos los días especiales. Así que si un día se me acaba el perfume, iré en contra de la ciencia que dice que los olores tienen una fuerte conexión con la memoria y las emociones, y que un perfume puede evocar recuerdos y estados de ánimo. Le diré que lo que no sabe es que yo no te olvidaré, a pesar de que se acabe tu perfume. Si ese charquito se seca, encerraré nuestros recuerdos en el cristal y lo seguiré abriendo para escuchar tu voz y tus consejos en las notas de su fragancia.


Ya son nueve años llorándote y sabes que no quiero dejar de hacerlo, porque siento que sería como olvidarte. Pero no te preocupes, mis lágrimas evolucionan como las notas del perfume al secarse en la piel. Cada vez que pienso en ti, entiendo mejor tu mensaje y doy un pasito más hacia la madurez que me enseñaste.

Así que te seguiré llorando para hacerte un perfume con mis lágrimas, pero no pienses que son de tristeza. Son del profundo amor que te guardo y que se desborda, saliendo de mi cuerpo en caminos salados.






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