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Foto del escritorAdriana Somófora

Actualizado: 31 oct

Ven a contarme una de tus historias.


Quiero escuchar tu voz vieja, esa que me hacía viajar en el tiempo a un mágico relato.

Quiero sentirme en esas fiestas a las que asistí solo en tus recuerdos compartidos que me hacían sentir ahí, quiero volver a los viajes que hacías con tus hermanos. Quiero sentir que soy la que escucha a Dagoberto de 8 años contarle que cuando sea grande estudiará en Alemania y verlo cumplir su meta. Y que si te hace falta, desahogues tus pesares, esos que pasaste cuando te llevaron al desierto, lejos de tu familia.


Demos una vuelta en el descapotable de tu hermano o caminemos dos cuadras por una nieve al jardín de San Marcos.


Quiero entrar de tu mano grande y tibia al cuarto de máquinas para ver cómo deshilan la tradición de tu pueblo, y que me dejes ahí y en un abrir y cerrar de ojos se convierta en lo que fue décadas más tarde, mi cuarto de juguetes y volver a jugar contigo a la cocinita o al restaurante.


También quiero platicarte un poco de mis historias, esas que ya no alcanzaste a conocer.

Quiero contarte que estoy bien, que en estos años de no verte he amado profundamente y que he aprendido poco a poco a sanar nuestras heridas, las mías y las que me heredaste.


Platícame Dolores, lo que quieras, en el cuarto de tele o en el mueble de madera, con unas naranjas con tajín o unos cacahuetes y un vaso de coca, pero por favor ven y cuéntame una historia.




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Foto del escritorAdriana Somófora

Actualizado: 31 oct

A Dolores, siempre a Dolores, cada letra y todo. Siempre a ella.


Yo no era de escribir, hasta que te fuiste Tú.

Nací como fotógrafa y estudié teatro, y una vez hasta en cirquera me convertí.

Pero escribir, nunca.


No escribía porque te tenía,

para platicar,

para sobrevivir.


Recuerdo el momento exacto: no estuviste para hacerte una instantánea

y entonces la luz y el movimiento se convirtieron en palabras.


Cuatro horas después de tu último suspiro,

te escribí la primera carta,

esa que leí en la misa de tu funeral,

con la que todos, hasta los de corazón más duro, lloramos juntos.


Luego me quedé sola en la casona de dos patios

visitando tu cuarto, para sacar del ropero un suéter

y con él abrazarme para poder pasar la noche, cada noche

hasta que me acabé el aroma de tu ropa.


Entonces sentí que ya no estabas

y me aferré a nuestras pláticas

contándote en cartas mi vida, hablándote de mis plantas y mintiéndote sobre mis amores,

esperando soñar con tu consejo para ver si se componen.


Escribo creyendo que de alguna forma tú me lees

porque sé que cada página nueva es otra plática en tu sillón azul.





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Foto del escritorAdriana Somófora

Actualizado: 31 oct

Cuando llegaba el invierno conyugal y tequilero, con ese frío seco con el que a mi tierra (Aguascalientes) le daban ganas de cambiarse el nombre, mi abuela calentaba la temporada con amor a punto de turrón.


Todos los que conocían el dulce preguntaban por la receta secreta, a lo que yo contestaba, se prepara así: Dolores que es muy alta y me llama "mi chaparrita" se pone un poco de puntitas, estira la mano y baja pedacitos de cielo.


Los curiosos se quedaban satisfechos con el dulce y con la respuesta, era fácil creer la historia, pues sentían que estaban probando el cielo.


Ya no está Dolores, pero como es época de magia ella estira la mano ahora desde el cielo y pasa unos bocados de este manjar a las manos de mi madre.




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