Ellas me enseñaron a amar. Antes creía que el cariño se debía de esparcir tal cual me salía del tálamo. Pero luego supe que, como las plantas, no todos necesitamos los mismos cuidados, el mismo cariño.
Cuando realmente amas a una persona, has de aprender a quererla como lo necesita.
dicen que ahí está el verdadero éxito del querer.
Una vez me disfracé de cactus por casi una década y me la creí, intenté sobrevivir con el poco amor que me tocaba, ese que le sobraba al que me puso en una maceta muy pequeña, ese que no me permitía crecer. A pesar de todo florecí un par de primaveras,pero fue imposible vivir con la mentira por siempre.
Tengo 41 plantas desde hace un año, pero sé de ellas como si hubiéramos vivido treinta años juntas. Una vez le corté un hijito a una de mis favoritas (un “codito” como decía mi abuela cuando quería compartir sus plantas con alguna amiga). Desde ese día se puso cabizbaja, no se recuperaba ni se terminaba de morir, entonces decidí tenerle paciencia porque comprendía lo que sentía. Cuando a mí me hicieron lo mismo, eso de sacarme el hijito, me puse seca y opaca por un largo tiempo, me mantuve con la pura inercia de vivir solo con el sol y la poca agua que me caían por casualidad.
Creo que las plantas y los humanos somos tan similares porque compartimos la misma raíz,
lo natural. Aún así, no trato de humanizarlas, no soy como otros que les hablan, es que no quiero parecer cursi, o quizá es que me siento tan bien con ellas, que no hay silencios incómodos.