A Dolores, siempre a Dolores, cada letra y todo. Siempre a ella.
Yo no era de escribir, hasta que te fuiste Tú.
Nací como fotógrafa y estudié teatro, y una vez hasta en cirquera me convertí.
Pero escribir, nunca.
No escribía porque te tenía,
para platicar,
para sobrevivir.
Recuerdo el momento exacto: no estuviste para hacerte una instantánea
y entonces la luz y el movimiento se convirtieron en palabras.
Cuatro horas después de tu último suspiro,
te escribí la primera carta,
esa que leí en la misa de tu funeral,
con la que todos, hasta los de corazón más duro, lloramos juntos.
Luego me quedé sola en la casona de dos patios
visitando tu cuarto, para sacar del ropero un suéter
y con él abrazarme para poder pasar la noche, cada noche
hasta que me acabé el aroma de tu ropa.
Entonces sentí que ya no estabas
y me aferré a nuestras pláticas
contándote en cartas mi vida, hablándote de mis plantas y mintiéndote sobre mis amores,
esperando soñar con tu consejo para ver si se componen.
Escribo creyendo que de alguna forma tú me lees
porque sé que cada página nueva es otra plática en tu sillón azul.
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