Dolores, perdóname por no escribirte ayer, fecha en la que los muertos bajan a la tierra.
Pero es que aunque ya van siete altares que te hago, aún no acepto eso que llaman tu muerte.
Algunos me han preguntado por qué lloro de repente, o por qué hablo de ti con una mirada triste que cuenta mucho más que mis palabras, y es que no puedo dejar de llorarte, no quiero dejar de llorarte, porque siento que sería como olvidarte, como si ya no me importara no poder abrazarte.
Hay días en los que duermo mucho y no sé si es por mi diagnosticada tristeza o por los intentos que hago de buscarte en mis sueños.
En una de nuestras últimas pláticas te dije que te fueras tranquila, y quiero que allá en donde estás sigas así, soy muy feliz porque te tuve, pero vivo triste porque ya no estás.
Sé que ayer viniste a tu altar, sé que todos los días vienes y que todos los días me quieres, pero hay días (muchos) en los que quisiera llegar a la casa y contarte que sigo casi a cada segundo guardando la vida en mi cajita negra, porque tengo miedo de que se me vaya algo otra vez, quisiera contarte que encontré a alguien de manos grandes y ojos de laguna que también me llama “mi chaparrita”, que cumplí 31 pero me siento una niña, tu niña, que sigo aprendiendo de la vida y que cada que sigo tu ejemplo me va bien.
Quisiera decirte tanto y es entonces que todo lo que te quiero contar va cayendo como un nudo en la garganta, que tengo que sacar cada día en llanto y es por eso que te lloro tanto.
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