El catorce de enero es el día que me convertía en florista o pastelera, hoy me encantaría estar preparando un tu regalo de cumpleaños, ir al mercado por unas flores, buscar un mariachi para que toque los barandales dos veces en tu ventana o en la puerta de tu cuarto, esa de dos hojas que dividía tu cuarto del mio o preparar un pastel, pero ahora entiendo que el mejor regalo que te puedo hacer es tener paz en mi alma, y disfrutar este cuerpo y este espacio, mientras me toque celebrar cumpleaños.
Este año estamos en sábado, fiestón que se habría hecho en fin de semana con los vaqueros en el patio, con tu saco verde o lila y ese prendedor que brillaba casi igual que el azul de tus ojos.
Perdóname, perdóname siempre por escribirte llorando. Aunque cada vez voy entendiendo más de la vida, entiendo menos por que ya no estás en ella. Me da miedo que se me acabe tu perfume, ese que dejaste con un charquito que voy usando reservadamente en los días más importantes, esos en los que no concibo que no estés a mi lado, en los que me gustaría caminar de tu brazo, como cuando íbamos por la acera de Allende camino a la merced por la misa de tu cumpleaños.
Sigo escribiéndote para no olvidarte, y leyendo las cartas que te escribo creyendo que me estás escuchando, yo no tengo cartas tuyas, nunca me escribiste, todo el amor me lo dijiste en sabores y puntadas. Hoy duermo con el abrazo de esa colcha que tejiste, mi mamá me la acaba de entregar y es el tesoro más grande que tengo en mi casa. En estos días que estuvieron fríos en el corazón, el amor que hiciste con gancho me consoló, creo que solo por eso pude dormir a pesar de la tristeza.
Me hubiera gustado guardar tus lentes y que fueran mágicos, que al ponérmelos pudiera ver la vida como la veías, con esa tranquilidad y paz como la que sentí que me mandaste hoy mientras estaba en el bosque, lejos de celebrar tu cumpleaños pero cerca de ti.
Tu Chaparrita.
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