Hoy les voy a contar mi lado más mexicano, porque estamos en septiembre, mes de fiestas paisanas, incluyendo el cumpleaños de mi abuelo, el padre de todo esto.
Empiezo por decirles que en mi familia no llega la cigüeña, en mi familia llegamos y nos vamos a caballo, en la despedida con el animal detrás del ataúd.
Hablamos dos idiomas, el español y el charro, con palabras como estribo, chaparreras, potrero, herrar, espuelas y suadero, donde una cabeza quiere decir una vaca y el fierro dice de quien es la cabeza, hasta los colores cambian, no se dice blanco, negro, o café, aquí se dice tordillo, prieto y alazán.
Este idioma también incluye los dichos como “Qué bonito es lo bonito, lástima que sea tan poquito” o ese que me dice mi abuelo cuando llego de jeans, “Usted de azul y yo a su lado”.
Desde hace casi 200 años sentimos que nuestro lugar en el mundo es la noria o la orilla de Juanelo.
No nos duele comer carne, pero respetamos y cuidamos como pocos a la naturaleza, tanto que ella nos da fuerza a nosotros por casi cien años.
Seguro también duramos porque comemos a mano y del campo, tortillas planchadas, tacos horneados de nata, leche bronca recién traída de la ordeña y agua de lluvia.
Comer así nos tiene contentos, y también hay una cosa en común que nos pone felices a todos, cuando un tanque está lleno y el arroyo corre, otra cosa que corre y hierve es nuestra sangre cuando escuchamos los primeros acordes de un buen mariachi, y aunque no bailamos bien, sentimos mucho la música hasta gritar un !Ay, ay , ay! de tanto gusto.
Eso sí, tenemos enemigos, como las cascabel, pero somos valientes y de un buen golpe en la cabeza se convierten en un cinturón y un nutritivo condimento.
Hay más compañeros buenos que malos, como los carpinteros, los correcaminos, los jabalíes que van formados en familia del más grande al más pequeño, las garrapatas rojas que parecen pequeños cerebros de terciopelo, los burritos, que son escarabajos que cuando los aprietas rebuznan, los sapos que no me gustan, las lechuzas que no dejan dormir pero los grillos que te arrullan. Todos estos con sonidos que te pueden poner al teléfono, para escuchar San Sebastián.
En nuestro Macondo, por las mañanas el alma despierta temprano con aire frío pero puro, después esos atardeceres te calientan con esos rojizos que parece que van a bajar a incendiar las gobernadoras y los mezquites, y en la noche te ilumina con el cielo más estrellado que puede haber.
Aunque de niña casi se me queda la vida por allá, este lugar siempre nos da paz.
Por eso ¡Viva mi Macondo! ¡Viva mi familia mexicana! ¡Viva Don Jesús! ¡Viva la azulita, la Colorina y todas las que nos han llevado a nuestro lugar mágico! ¡Viva San Sebastián! y vivamos y disfrutemos porque la vida es bonita, y acuérdense que lo bonito dura poquito.
Comments